Cristian Vitale... y una pequeña puerta blanca innumerada
Por Manuel E. Cimadamore
Con la publicación reciente de su libro de relatos De espaldas, el escritor y músico platense recibe a nuestro cronista y afirma entre mate y mate que su literatura puede ser leída como la reescritura íntima de la dicotomía fundante de la literatura argentina: civilización y barbarie. Que “más que una dicotomía es una fatalidad”.
Llego a la casa de Cristian Vitale. Enfáticamente se me ha señalado que la puerta era “un portón gris, con placa de psicóloga y timbre único”. Con toda esa información no me podía perder. Y sin embargo me perdí. Lo llamé por teléfono (porque el portón estaba pero no atendía nadie) y me orientó. “Mirá para atrás”, yo miré, “¿ves un portón gris, con placa de psicóloga y timbre único?”, asentí, “bueno, al lado, en la puerta blanca, sin numero. Ahí es”.
- ¡Me diste mal los datos!
- No, lo que pasa es que mi puerta no tiene número, ni placa, ni timbre. Así que uso como referencia el portón del vecino.
- ¿Siempre se pierde la gente?
- Siempre. Es difícil acertar con una puerta tan pequeña y escondida. Pero lo bueno es tener una referencia. Es como en la literatura. Uno siempre anda en círculos, sitiando casi la puerta blanca, pero lo que nombra, porque es lo único que ve, en realidad, es un portón gris, con placa de psicóloga y timbre único.
La charla tomó esos caminos. Vitale gusta de ver en los objetos más anodinos la presencia o la posibilidad, más bien, de nombrar lo secreto, lo “inviolable” según me dijo.
- Acabás de publicar un libro de cuentos... De espaldas. Un título un tanto misterioso.
- Sí, es posible. Un título que titula primero un cuento, después todo el libro, pero más aún titula una posición ante el mundo, un modo de estar.
- ¿Cómo sería eso? o, mejor, ¿de espaldas a qué?
- Mirá. No me es nada fácil responderte con exactitud, pero en todo caso voy a proceder por aproximación, que es como hago siempre las cosas. Como el portón gris quiero decir. Creo que el libro retoma a su modo la dicotomía sarmientina de civilización/barbarie. No de un modo programático, pero que no deja de ser una lectura muy posible. Y en ese sentido, la última imagen del libro es muy significativa. Un hombre, desvistiéndose progresivamente, alejándose de una ciudad e internándose en una llanura-desierto, de espaldas al narrador que lo cuenta. Quiero decir, supongo que se está de espaldas a lo que la civilización ha venido llamando civilización (en los sentidos más feroces de esta palabra) porque se va camino a lo bárbaro (en los sentidos más ontológicos del término).
- Una huida
- Sí, en un punto sí que es una huida. Y bastante desesperada también. Pero huir es ir, también, inevitablemente. Quiero decir, uno escapa de algo pero inevitablemente también escapa hacia algo, y ese algo al que se va es hacia la bárbaro. Lo otro. Lo innombrable. Hacia la puerta blanca sin número.
- Me decías que el personaje huye y en ese sentido le da la espalda a lo civilizado, pero también viene de ahí.
- Exacto. Por eso es posible el relato. Porque se viene del signo. En ese punto el libro es profundamente trágico. Estructuralmente trágico, quiero decir. En el sentido del lugar sin salida, el zugswang de Rodolfo Walsh. Pero no en el sentido negativo. Para nada. La fatalidad está en que se huye del signo desde el signo. Se va hacia la desnudez, hacia lo animal, hacia lo más informe del hombre, pero la herramienta es la civilización, es la palabra. En ese nudo trabaja el texto. Pero dejáme que te corrija. No le da la espalda. Está, o incluso es de espaldas, que es bien distinto.
Cristian Vitale es más amable cuando escucha que cuando habla. Una palabra pareciera ir necesitando de otra y es imposible cortar antes del punto y aparte. Aprovecho estos cierres para seguirlo interrogando.
- En el prólogo del libro decís que, si bien se trata de una colección de ocho relatos independientes, sin embargo puede ser leído como una novela.
- Sí. Esta es una pretensión mía de la que el lector puede prescindir sin culpa. Pero la verdad es que fueron concebidos de esa manera. Claro que no será una novela en el sentido convencional del término, pero sí en el sentido de una fuerte conexión entre los relatos. Hay referencias incluso de un texto a otro, repeticiones, continuidades incluso. Hay un mismo clima los envuelve a todos. El calor. Siempre o casi siempre son las dos de la tarde, siempre o casi siempre es febrero y siempre o casi siempre hay sol. Y todo ocurre en un pueblo semiinventado llamado Francisco Madero.
- ¿Por qué ese mes, esa hora, ese pueblo?
- Porque es lo más íntimo que tengo. Yo pasé todos los febreros de mi infancia (casi digo de mi vida) en Francisco Madero y mi momento preferido siempre fue la siesta. Las dos de la tarde, más precisamente. En un pueblo en el que no hay casi nada nunca, a esa hora te podés imaginar. Era un mundo todo mío. Después de haberme dado ese lujo, el de un mundo literalmente para mí, cómo no contarlo en un libro. Es quizá lo único que poseo.
- O sea que el libro puede ser leído como una autobiografía...
- En un punto sí, pero te podrás imaginar que un mundo tan privado no puede hacerse público. Contra ese flagelo, el de la verdad a secas, existe el recurso de la mentira. Una mentira que no es ni bien ni mal intencionada. Pero no carece de intención. Esa intención es la que ya dijimos. Decir la experiencia más íntima. Ir hasta el fondo. Nombrar eso que callamos siempre. Usar la literatura para acercarnos a un auto-conocimiento, que de lograrse, se vuelve conocimiento a secas.
- Suena bien
- Sí, es cierto. Eso me hace dudar. Bueno... sé lo que estás pensando. Yo también. Mentir es también un placer mundano que todos nos queremos dar. Además nos vamos acercando de a poco a la imagen que nos gustaría sea la nuestra.
Cristian Vitale vuelve a la serenidad del comienzo. Me pasa un mate que convalece sobre el mantel blanco que cubre la mesa de madera. Me dice que le recuerdo a una persona que él conoce mucho y quiere. Por el tono (yo no me animo a preguntar) supongo que esa persona ya no está. O está en otra parte, quién sabe. Para sacarlo de su obstinación en un pájaro que se ha posado en el cable de electricidad que cruza su ventana, le hago una pregunta que él, sin embargo, parece estar esperando.
- ¿Por qué escribís?
- Qué curioso. Esa misma pregunta le hice yo, tiempo atrás, al querido Gabriel Báñez. Me dijo algo hermoso. Se citó en realidad a sí mismo, según luego supe leyendo sus libros: “Hay un territorio en el que uno deja de sentirse discapacitado”.... y yo me quedé como vos ahora...
- Mudo
- No. Sintiendo lo mismo. Repasando mentalmente cuál era mi territorio sin bastones ni ortopedias. Es eso. Se escribe, entre otras cosas, para olvidarse momentáneamente de las taras que nos constituyen. Es un ejercicio de la desmemoria, en ese sentido.
- ...
- Claro que la ilusión dura lo que dura esa soledad creadora. Después está el encuentro con los otros. Los otros son siempre salvajes inclementes que nos acusan todo el tiempo y nos culpan de una falla que se elije tanto como el color de ojos.
- Esa frase de Báñez es uno de los epígrafes del libro. ¿Báñez ha sido una influencia fuerte?
- Bueno. Lamentablemente no. Conocí a Gabriel después de haber escrito la casi totalidad de los cuentos que, mucho tiempo después, se convirtieron en este libro. Quizá lo sea del próximo, si es que no publico algo más viejo aún, una selección de poesías. Pero el libro creo que tiene los ecos de otros autores que ojalá no salga desfavorecidos en la foto. Y ojalá también la foto no sea muy fiel, porque eso querría decir que no habría fotógrafo. Pero eso compete al lector. En todo caso te podría nombrar algunos autores por los cuales me gustaría haber sido influido, caso Saer, Onetti, Rulfo, Ocampo...
- ¿Encontrás algo en común entre esos autores?
- Creo que coinciden en la indecisión entre lírica y épica. El caso de Silvina Ocampo, por ejemplo. ¿Son cuentos los que escribe o poesía en prosa? Se podría versificar todo Saer, con Rulfo se ha hecho admirablemente por Emilio Pacheco, y Onetti maneja el lenguaje como mi abuelo el martillo. En todos el lenguaje es en sí mismo primero y luego un medio de comunicación. Esa tensión me subyuga, me encanta.
- ¿Y Borges?
- Borges ya es más de los diccionarios que de la literatura. Borges ya entró en la lengua. Hoy escribir como Borges es más fácil que escribir distinto a él.
Antes de irme me aturde con otro mate amargo. Por cortesía o por timidez, no me animé a decirle nunca que yo no tomaba mate. Me acompañó hasta la puerta de calle y me preguntó cuándo vendría el fotógrafo. Después de responderle me quedé pensando qué dirección le pasaría al fotógrafo. La verdad era desconcertante. Difícil de nombrar. La puerta era en verdad inhallable. Al día siguiente recibí un llamado furioso. ¡Me diste mal la dirección! Pero la explicación ya había sido dada por el propio fotografiado. El portón gris, con placa de psicóloga y timbre único era la única manera de llegar a la pequeña puerta blanca innumerada.